En 1513, Giovanni de' Medici, hijo de Lorenzo el Magnífico, ascendió al liderazgo de la Santa Iglesia Romana, asumiendo el nombre de León X. Gran intelectual y erudito, secretamente iniciado en una antigua tradición mistérica, supo conjugar brillantemente, durante los ocho años y doscientos sesenta y siete días de su pontificado, su amor por el arte, la cultura y la clasicidad, y su gran espíritu mecenas con las más desenfrenadas pasiones mundanas, los placeres de la mesa y un insaciable apetito sexual.
Él no se conformó en absoluto al Pontificado. Quiso, si acaso, conformar este último, lográndolo plenamente, a su volcánica personalidad -una extraordinaria combinación entre genio y desregulación-, infringiendo y trastocando cada canon, regla o protocolo, burlándose de todo moralismo hipócrita, suscitando seguramente también escándalo, pero logrando transformar Roma en un absoluto derroche de Arte y Belleza. Supo gestionar, incluso con firmeza cuando fue necesario, el Papado y la Iglesia como si fueran su propiedad personal, dando vida a una fastuosa corte que nada tenía que envidiar a las de los más grandes Emperadores del pasado, premiando y favoreciendo a sus amigos y aliados y golpeando inexorablemente a sus enemigos, socavando equilibrios e intereses de poder centenarios.
León X ha dejado su huella indeleble en la Historia, afirmándose, a pesar de sus detractores, como uno de los más grandes Pontífices del Renacimiento.
Hoy que en el Solio de Pedro se sienta otro León, en señal de homenaje a este gran protagonista de la época renacentista, proponemos a la atención de nuestros lectores el ensayo del historiador lombardo Cesare Cantù, León X. Magnificencia profana del Papado, extraída de su monumental recopilación Gli eretici d'Italia (1866).
Con ensayo introductorio de Nicola Bizzi.