...fuimos los Niños del Club. No ocurrió hace siglos y, claro, ya no éramos niños. Sin embargo, en el empecinamiento de las lecturas compartidas, o de los pies en el agua en los veranos, fuimos los Niños del Club... Y de pronto, cuando todo se convirtió en toneladas de escombros y cenizas, algunos nos llamaron simplemente los Niños del Fuego (por supuesto, fuego, así, como si se convalidara la identidad de la tragedia y el fuego fuera una imponente presencia real). Desde luego, omitieron decir que los Niños del Club, o los Niños del Fuego después, sufrieron algunas bajas en el final de sus encuentros.

Con el pretexto del funeral de Ariel Kurtzman, diez años después, los llamados Niños del Fuego se reunirán con el único sobreviviente de la tragedia y las inocultables sospechas sobre él. Por supuesto, los Niños del Club (cuando fueron niños en las antiguas tierras Callaghan) han cargado con sus memorias en los hombros, sus aciertos y falencias, sus rencores, y acaso el amor ahora sepultado como las cenizas y los desechos.

¿Habrá alguna oportunidad de redención para las víctimas? ¿Han sido develados los verdaderos verdugos? ¿Qué valor tiene la verdad cuando aceptamos solo una parte de ella? ¿Qué haríamos si las memorias tuvieran otra razón de ser? ¿Tendríamos la última oportunidad de un futuro diferente?

Quizá los finales se conviertan en algo más cuando todas las voces sean escuchadas.