El pueblo gallego de San Amaro ha aprendido a vivir con sus muertos. Diego, no. Tres años después de la inexplicable desaparición de su hermana y sus amigos, él sigue atrapado en el tormento de saber qué ocurrió aquella noche. Pero, cuando en el aniversario de las desapariciones un macabro juego reabre viejas heridas, Diego empieza a descubrir que la verdad que tanto ha buscado siempre ha estado más cerca de lo que creía.
Días después, la inspectora Alejandra Gallardo llega al pueblo para investigar qué está ocurriendo, y rápidamente se da cuenta de que, todavía, hay más preguntas que respuestas.
Algunos vinculan las desapariciones con antiguas leyendas, mientras otros prefieren aceptar que ya no están.
Lo que parecía un simple caso de desapariciones podría ser el umbral de algo mucho más oscuro. El silencio de San Amaro es solo el comienzo de un enigma que amenaza con destruir todo lo que toca.
Algunas preguntas nunca deberían hacerse, porque las respuestas podrían ser más devastadoras que vivir en la ignorancia.
«Bajé por el camino que llevaba hasta la playa, en la que ya había una pequeña multitud de gente a la que guardias civiles estaban haciendo retroceder mientras acordonaban un perímetro con cinta amarilla. Las sirenas de los coches se comenzaron a mezclar con las voces de los vecinos. Cada rostro que
conseguía ver reflejaba el miedo y la anticipación que yo mismo sentía. Llegué hasta la multitud y me abrí paso a codazos entre todos ellos para llegar hasta el cordón policial.
De camino había imaginado muchos escenarios posibles, todos relacionados con ellos, pero aquello... aquello me demostró que ni la mente más destructiva podía acercarse siquiera a la realidad.
Lo primero hacia donde se desviaron mis ojos fue a una enorme pancarta que colgaba del acantilado. Una de al menos diez metros de largo, que ponía: "PERDIDOS". Y cuando forcé más la vista, me quedé bloqueado, noté cómo las tripas me ardían y mis ojos comenzaban a hincharse.
Debajo de la pancarta, había cuatro cuerpos ahorcados.
Efectivamente, siempre podía ser peor».