Estas crónicas las escribí bajo la sombra del miedo. Pero ¿por qué escribir si me da miedo? Tenía unos meses de haber regresado de Xalapa, a donde me fui a estudiar una especialidad por un año, en el 2015. Después de ahí, el plan era irme a San Luis Potosí a estudiar una maestría. Podría pensarse que tenía un serio interés por la academia, pero la verdad es otra: me interesaban los posgrados solo porque pagan por estudiar, con becas.
En ese tiempo, después de haber concluido la universidad, en el verano de 2012, trabajaba impartiendo clases de Redacción y Literatura en diversas escuelas, desplazándome de un lado a otro todos los días, lidiando con estudiantes de bachiller y universidad que les interesaba todo menos estudiar, y ganaba dos pesos. Estaba cansado de esa vida y, por eso, como muchos otros universitarios de este país, decidí refugiarme bajo el amparo de las becas CONACYT. No obstante, durante mi primer año de estudios, caí en cuenta de que no podía vivir de ese modo, en esa mentira. Lo mío era la creación literaria, contar historias, y nada más.
Regresé a Tijuana en el verano de 2016, decidido a vivir de mis letras en todos los sentidos posibles. Entonces empecé a escribir estas crónicas, el camino del escritor, de un escritor: yo. Nunca me ha interesado la autobiografía burguesa, aquella donde el autor se jacta de sus triunfos. A mí me interesaba hablar de mis fracasos -material me sobra-, escribir desde la amargura y la tristeza.
Estas crónicas son el testimonio de mis primeros años como escritor comprometido con la producción de relatos en papel. Me daba miedo escribir, exponer mis «vicios» como humano, revelar mi vulnerabilidad. Me daba miedo, vergüenza; pero, paradójicamente, ese miedo me impulsó a escribir.