Benavídez viaja a Nueva York para entrevistar a Ray Conti, un viejo manager de boxeo, de quien necesita su testimonio para ponerle el broche de oro a un documental periodístico sobre un combate singular en la historia.
Debería ser un simple viaje de trabajo, o quizás también de placer, pero todo da un repentino giro cuando, desde el taxi que lo lleva al hotel, ve a Mara, una expareja por quien estuvo sumido a una profunda crisis tras una abrupta separación. Su irrupción será un vendaval que derribará el castillo de naipes de la vida del protagonista, empujándolo de regreso a un pasado que creía resuelto, y condenándolo a vagar por un presente tan insustancial como oscuro, donde ni siquiera la ciudad, con su majestuosidad y su vértigo, tendrá el poder de evitar.
Sin embargo, la vida dostoievskiana de Benavídez tendrá un cambio gracias a una barra, un whisky y un desconocido: Jerry, un viejo lobo de mar, compañero de noches, que intentará apartarlo de sus ruinas y a la vez acompañarlo -siempre bajo el omnipresente cielo de Manhattan y con el jazz como telón de fondo- en la búsqueda de un destino, para nada utópico, en el que pueda abrazarse a sus heridas así como también a esas amargas cicatrices que jamás podrá borrar.