El caso parecía bastante sencillo. El señor Blanco, que apareció un día repentinamente, cuando en la vida del detective Azul parecía que ya nada iba a cambiar, quería que Azul siguiera a un hombre llamado Negro, que lo vigilara sin pausa todo el tiempo que hiciera falta. Azul necesitaba un trabajo y no hizo demasiadas preguntas, aunque sospechara desde un principio que Blanco no era el hombre que decía ser. Lo que el detective no sabía era que el caso duraría años, y que cuando desvelara el misterio, o le pusiera un final, si es que a aquello puede llamársele un final, lo que descubriría sería quizá su propio misterio, lo que atisbaría sería su propio final... Situada entre los laberintos detectivescos de Chandler y los páramos existenciales de Beckett, Fantasmas comienza con todos los requisitos de una novela policíaca, pero adquiere muy pronto, y sin perder nada de su suspense, una dimensión metafísica. Y el lector se desliza de un misterio policíaco a un enigma metafísico, de la pregunta "¿quién es el culpable?", a otra mucho más difícil de responder, "¿qué es ser culpable?"